martes, 30 de junio de 2009

BURRHUS FREDERIC SKINNER




Burrhus Frederic Skinner (20 de marzo de 1904 - 18 de agosto de 1990) fue un psicólogo y autor norteamericano. Condujo un trabajo pionero en psicología experimental y defendió el conductismo, que considera el comportamiento como una función de las historias ambientales de refuerzo. Escribió trabajos controvertidos en los cuales propuso el uso extendido de técnicas psicológicas de modificación del comportamiento, principalmente el condicionamiento operante, para mejorar la sociedad e incrementar la felicidad humana, como una forma de ingeniería social.


Skinner nació en la rural Susquehanna, Pensilvania. Formó parte del Colegio Hamilton en Nueva York con la intención de convertirse en escritor. Después de la graduación, pasó un año en Greenwich Village intentando formarse como escritor de ficción, pero pronto se desilusionó de sus habilidades literarias. Concluyó que tenía pocas experiencias y que le faltaba una fuerte perspectiva personal con la cual escribir. Durante este periodo, al cual Skinner más tarde llamó "el año oscuro", leyó An Outline of Philosophy, de Bertrand Russell, en el cual Russell discutía la filosofía conductista de los psicólogos, especialmente de John B. Watson.

Skinner se empezó a interesar por los comportamientos y acciones de las personas cuando vio que no tenía talento como escritor. Algunas de sus historias cortas adquirieron un matiz psicótico. Decidió abandonar la literatura y pasar a ser estudiante de psicología en la Universidad de Harvard (que en ese momento no era una institución a la vanguardia de la psicología).

Skinner se graduó y doctoró en psicología en Harvard en 1931 y llegó a formar parte de esta institución como investigador en 1936, para luego pasar a desarrollar su actividad docente en la Universidad de Minnesota y después en la Universidad de Indiana, antes de volver a Harvard como profesor en 1948, donde ejercería el resto de su vida.

En 1948, escribe el libro "Walden Dos".

Skinner fue objeto de muchos galardones a lo largo de su vida. En 1968, recibió la Medalla Nacional de Ciencia por el presidente Lyndon B. Johnson. Tres años después, fue premiado con la Medalla de Oro de la Fundación Psicológica Americana, y en 1972, fue concedido el premio de Humanista del año de American Humanist Association. Justo ocho años antes de su muerte, recibió la primera mención por una vida contribuyendo a la psicología por la American Psychological Association.

Conductismo

Skinner fue principalmente responsable por su desarrollo de la filosofía del conductismo radical y por el desarrollo del análisis del comportamiento aplicado, una rama de la psicología la cual tiene como objetivo un trabajo unitario para animales y humanos basado en principios de aprendizaje. Él condujo el experimento a través de reforzamiento negativo y positivo y demostró el condicionamiento operante, una técnica de modificación de conducta que desarrolló en contraste con el condicionamiento clásico.

Skinner no abogaba por el uso del castigo. Su investigación sugirió que el castigo era una técnica muy ineficaz de controlar la conducta, usado en general para términos de un pequeño cambio en el comportamiento, pero resultando la mayoría de las veces que el sujeto evitará la situación estimular antes que el comportamiento seguido del castigo.

El reforzamiento tanto positivo como negativo (que a menudo es confundido con el castigo) prueba ser más efectivo para conseguir cambios en la conducta.

Sus teorías conductistas radicales sobre el lenguaje quedaron reflejadas en el libro Conducta Verbal (Verbal Behavior), publicado en 1957. Noam Chomsky escribió en 1959 una revisión muy crítica del libro, la cual no fue respondida por Skinner, pero sí por otros autores conductistas (MacCorquodale 1969, 1970; Stemmer 1990). Según algunos autores como Gardner (1987), la crítica de Chomsky fue el inicio de un cambio paradigmático (denominado "revolución cognitiva") que implicó el paso del conductismo al cognitivismo. Según otros autores como Leahey (1992), no hubo tal revolución: los cambios metateóricos en la psicología no tuvieron las características de "revoluciones" sino de cambios graduales, en la psicología no hay un paradigma único sino que coexisten diversas tradiciones de investigación (Laudan).

Superstición en palomas

Uno de los experimentos más famosos de Skinner fue cuando examinó la formación de la superstición en uno de sus animales de experimentación favoritos, la paloma. Skinner puso a unas palomas hambrientas en una caja unidas a un mecanismo automático que suministraba comida a la paloma, a intervalos regulares independientemente de lo que la paloma hiciera. La actividad que la paloma estuviera haciendo en el momento antes del suministro de comida, sería la actividad que la paloma continuaría haciendo.

Un pájaro fue condicionado para dar vueltas a la jaula en el sentido contrario de las agujas del reloj, unas dos o tres vueltas por reforzamiento, otro erguía su cabeza hacia una esquina de la jaula. Otras dos desarrollaron un movimiento pendular del cuerpo y la cabeza.

El experimento parece mostrar una pequeña superstición. El pájaro se comportaba como si hubiera una relación causal entre el comportamiento suyo y la administración de comida, aunque esa relación era inexistente. Hay muchas analogías en el comportamiento humano. El ritual de cambiar la suerte de uno a las cartas es habitual. Unas pocas conexiones accidentales al azar entre un ritual y consecuencias favorables son suficientes para establecer un mantenido comportamiento a pesar del hecho de que no haya reforzamiento causal. Estos comportamientos no tienen efecto real sobre la suerte de un sujeto, justo como en el caso donde la paloma era alimentada independientemente de su conducta.

Sin embargo, las conclusiones de estos experimentos han sido criticadas. Se aporta que las palomas desarrollan todas los mismos comportamientos supersticiosos, y no comportamientos distintos, como había predicho Skinner. Por ése y otros datos se supone que lo que hizo en realidad Skinner fue un entrenamiento de condicionamiento clásico.

Rumores

Un rumor repetido muy a menudo postula que Skinner se aventuró en la experimentación humana poniendo a su hija Deborah en una caja de Skinner, lo que la llevó a enfermedad mental permanente y un resentimiento amargo hacia su padre.

Sin embargo, esto último es falso. De hecho, el "Heir Conditioner", término utilizado para la cuna de Skinner, era calentada, enfriada, tenía aire filtrado, permitía tener mucho espacio para caminar y era muy similar a una versión en miniatura de una casa moderna. Fue diseñada para desarrollar la confianza del bebé, su comodidad, hacer que llorase menos, se enfermase menos, etc. Y, lo que es más importante, el tiempo que la niña permanecía en ella era similar al que cualquier otro niño podía pasar en una cuna normal.

En 2004, la autora y psicóloga Lauren Slater publicó un libro, "Opening Skinner´s Box", "Cuerdos entre locos" en la traducción española de Concha Cardeñoso para la editorial ALBA, donde mencionaba el rumor arriba mencionado, según el cual Deborah al cumplir treinta y un años denunció a su padre por malos tratos ante un verdadero Tribunal de Justicia, perdió el caso y se suicidó de un disparo en una bolera de Billings (Montana). "Nada de esto es cierto, prosigue Slater, y sin embargo el mito persiste. ¿Por qué? ¿Qué tiene Skinner que nos inspira tanto miedo?".

Cuando escribía "Opening Skinner´s Box", Slater entrevistó, primero por teléfono y luego en persona, a la hermana de Deborah, Julie Skinner Vargas. Ésta habló de su padre: "Tenía muy buena mano con los niños, los adoraba... nos hacía cometas, cometas con cajas, e íbamos a volarlas a Monhegan; nos llevaba al circo todos los años, y Hunter, el perro, era un sabueso y papá le enseñaba a jugar al escondite"... Preguntada sobre su hermana Deborah, contesta: "Es artista, vive en Inglaterra, está felizmente casada. Ha enseñado a su gato a tocar el piano".


La propia hija de Skinner ha contestado en más de una ocasión a estas acusaciones infundadas que forman parte de todo un cúmulo de inexactitudes y malentendidos sobre el autor y sobre el conductismo skinneriano.

Burrhus Frederic Skinner
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Burrhus Frederic Skinner


Respuesta de Deborah Skinner Buzan aserca de las acusaciones sobre la propuesta de su padre.
(en inglés)


"By the time I had finished reading the Observer this week, I was shaking. There was a review of Lauren Slater's new book about my father, BF Skinner. According to Opening Skinner's Box: Great Psychological Experiments of the Twentieth Century, my father, who was a psychologist based at Harvard from the 1950s to the 90s, "used his infant daughter, Deborah, to prove his theories by putting her for a few hours a day in a laboratory box . . . in which all her needs were controlled and shaped". But it's not true. My father did nothing of the sort.

I have heard the lies before, but seeing them in black and white in a respected Sunday newspaper felt as if somebody had punched me hard in the stomach. Admittedly, the facts of my unusual upbringing sound dodgy: esteemed psychologist BF Skinner, who puts rats and pigeons in experimental boxes to study their behaviour, also puts his baby daughter in a box. This is good fodder for any newspaper. There was a prominent Harvard psychologist whose daughter was psychotic and had to be institutionalised; but it wasn't my father.

The early rumours were simple, unembellished: I had gone crazy, sued my father, committed suicide. My father would come home from lecture tours to report that three people had asked him how his poor daughter was getting on. I remember family friends returning from Europe to relate that somebody they had met there had told them I had died the year before. The tale, I later learned, did the rounds of psychology classes across America. One shy schoolmate told me years later that she had shocked her college psychology professor, who was retelling the rumour about me, by banging her fist on her desk, standing up and shouting, "She's not crazy!"

Slater's sensationalist book rehashes some of the old stuff, but offers some rumours that are entirely new to me. For my first two years, she reports, my father kept me in a cramped square cage that was equipped with bells and food trays, and arranged for experiments that delivered rewards and punishments. Then there's the story that after my father "let me out", I became psychotic. Well, I didn't. That I sued him in a court of law is also untrue. And, contrary to hearsay, I didn't shoot myself in a bowling alley in Billings, Montana. I have never even been to Billings, Montana.

My early childhood, it's true, was certainly unusual - but I was far from unloved. I was a much cuddled baby. Call it what you will, the "aircrib" ,"baby box", "heir conditioner" (not my father's term) was a wonderful alternative to the cage-like cot. My father's intentions were simple, and based on removing what he and my mother saw as the worst aspects of a baby's typical sleeping arrangements: clothes, sheets and blankets. These not only have to be washed, but they restrict arm and leg movement and are a highly imperfect method of keeping a baby comfortable. My mother was happy. She had to give me fewer baths and of course had fewer clothes and blankets to wash, so allowing her more time to enjoy her baby.

I was very happy, too, though I must report at this stage that I remember nothing of those first two and a half years. I am told that I never once objected to being put back inside. I had a clear view through the glass front and, instead of being semi-swaddled and covered with blankets, I luxuriated semi-naked in warm, humidified air. The air was filtered but not germ-free, and when the glass front was lowered into place, the noise from me and from my parents and sister was dampened, not silenced.

I loved my father dearly. He was fantastically devoted and affectionate. But perhaps the stories about me would never have started if he had done a better job with his public image. He believed that, although our genes determine who we are, it is mostly our environment that shapes our personality. A Time Magazine cover story ran the headline "BF Skinner says we can't afford freedom". All he had said was that controls are an everyday reality - traffic lights and a police force, for instance - and that we need to organise our social structures in ways that create more positive controls and fewer aversive ones. As is clear from his utopian novel, Walden Two, the furthest thing from his mind was a totalitarian or fascist state.

His careless descriptions of the aircrib might have contributed to the public's common misconception as well. He was too much the scientist and too little the self-publicist - especially hazardous when you are already a controversial figure. He used the word "apparatus" to describe the aircrib, the same word he used to refer to his experimental "Skinner" boxes for rats and pigeons.

The effect on me? Who knows? I was a remarkably healthy child, and after the first few months of life only cried when injured or inoculated. I didn't have a cold until I was six. I've enjoyed good health since then, too, though that may be my genes. Frankly, I'm surprised the contraption never took off. A few aircribs were built during the late 50s and 60s, and somebody also produced plans for DIY versions, but the traditional cot was always going to be a smaller and cheaper option. My sister used one for her two daughters, as did hundreds of other couples, mostly with some connection to psychology.

My father's opponents must have been gratified to hear - and maybe keen to pass on - the tales about his child-rearing contraption and crazy daughter. Friends who heard an abridged chapter of Slater's book on Radio 4, or read the reviews, have been phoning to ask if I had really sued my father or had a psychotic episode. I wonder how many friends or colleagues have been afraid to ask, and how many now think about me in a different light.

Why shouldn't the reviews give the rumours as facts, since that's what the book did itself? The plain reality is that Lauren Slater never bothered to check the truth of them (although she claims to have tried to track me down). Instead, she chose to do me and my family a disservice and, at the same time, to debase the intellectual history of psychology.

In his Observer review, Tim Adams at least suspected something was amiss with Slater's research. He realised she could have contacted me to confirm or verify what she suspected, but plainly hadn't. His conclusion? I had gone into hiding. Well, here I am, telling it like it is. I'm not crazy or dead, but I'm very angry".

fuente: http://www.guardian.co.uk/education/2004/mar/12/highereducation.uk

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